Celebrándole el cumpleaños a un familiar en su casa de campo, otro de los invitados, de voz en cuello, contó varias historias en menos de cuarenta minutos. Todas, al cual más, me parecieron interesantes, aunque propias de sociedades subcontinentales, como esta en la cual, en suerte, nos tocó vivir. Cuando se despachó con la quinta estaba dispuesto, por cortesÃa citadina, a escucharle esta y no más. TenÃa pensado, una vez aquel terminara, pararme y decirles a los anfitriones que tenÃa que regresar temprano a la capital, antes de entrada la noche.
Acariciaba su guitarra con tal delicadeza que los pájaros se acercaban a escucharlo. Pero una noche sin luna descubrió que lo que más amaba en este mundo lo habÃa traicionado. Solo pensaba en la manera de desaparecer de la faz de la tierra...
Aquel certamen era como el queso artesanal, el hecho a mano a partir de experticia campesina y recetas ancestrales. Era un producto original que hablaba de la satisfacción y del esmero de sus ignotos productores para que su sabor, aunque complejo, asà como su forma caprichosa y olor singular que solo el tiempo le daba, cautivara la pupila, el paladar y la mente del lejano y desprevenido consumidor al abrir las hojas que contenÃa tal literario manjar y que, al interiorizarlo, además del disfrute a plenitud que le producÃa, le ponÃa alas a su imaginación.